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Messaggi Don Orione
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En los apuntes de la primavera de 1939, Don Orione se muestra él mismo, su fe, y su visión de la vida, su carisma y su proyecto. Aquellos apuntes estuvieron separados. Ahora podemos leerlos juntos y de modo consecutivo.

“¡ALMAS, ALMAS!”:

Historia de un texto significativo de Don Orione.

Flavio Peloso

 

Probablemente sea el texto más citado de Don Orione. La larga letanía de Almas, que “Cristo a todas quiere salvar” y por las que Don Orione pide “ponme, Señor en la boca del infierno, para que yo, por tu misericordia, lo cierre”, impresionó a muchos. Son páginas de alta mística y de un lirismo vibrante. Aquí están las líneas esenciales de un programa apostólico que tiene la sencillez y la practicidad evangélicas. Son las palabras con que Don Orione, al cerrarse ya su vida terrena, se muestra a sí mismo, su carisma, su antropología religiosa.

El texto de Don Orione conocido con el título de “¡Almas, almas!” está comúnmente combinado con otro texto, también muy conocido, definido como “Appunti de 1939”. Los dos textos fueron archivados uno detrás de otro entre los Scritti di Don Orione, en el volumen 57: en las páginas 103 – 104 el primero y en las páginas 104 b-d el segundo. En el Archivo Don Orione se ha conservado el autógrafo del texto mismo ¡Almas, almas! en cuatro páginas de 28 x 17 cm, mientras que sólo tenemos la fotocopia de los Appunti de 1939, que ocupan seis páginas. Estos dos textos están considerados como dos partes unidas entre ellas por el género literario "notas autobiográficas" y por la referencia fechada de la primavera de 1939.

 

¿Cuál es la historia de estas bellas páginas, justamente famosas, de Don Orione?

 

El primero en ocuparse de estas páginas fue Don Giuseppe De Luca ([1]) che pudo tenerlas entre las manos, dadas por “un amigo que prefiere permanecer desconocido”. ([2]) Se trata, escribe De Luca, de “una hoja ‘in ottavo’, escrito por las cuatro caras, a página llena, tumultuosamente, con uso de sumarios, descuidos evidentes, algunas tachaduras y añadidos en las interlíneas. Cuál era la pretensión de Don Orione, yo no lo sé, ni lo sabe el amigo o al menos no me lo ha dicho. Un borrador de un discurso no parece; y esa fecha entre paréntesis hace pensar en una anotación íntima. Que sea un escrito para otros, no parece claro tampoco: tantas confidencias de sí mismo no las habría hecho. Creemos que estas cuatro páginas sean el residuo sobre papel de una hora de oración; el intento de salvar, con tinta y sombra, un recuerdo de afectos, un pasaje de luz, una señal de momentos llenos que explotan en el silencio y dejados caer quietamente, como cae una tarde entre los árboles en el campo”. De Luca presentó de este modo el texto orionista en su artículo. Una página reveladora publicada en la importante revista "Nuova Antologia" del 1° de marzo de 1943. ([3])
Don De Luca, por tanto, pudo ver y leer sólo el texto “¡Almas, almas!”, el que en la recogida de los escritos de Don Orione corresponde al volumen 57, 103 – 104.

¿Por qué se pensó que los Appunti de 1939 eran una segunda parte?

Probablemente porque en la página 3 de ¡Almas, almas!, aparece la fecha “25.2.1939” después de la frase “Escribiré mi vida con lágrimas y con sangre”. El texto que sigue a esa fecha seguramente fue escrito en un tiempo sucesivo, y por tanto en la primavera de 1939; resulta muy parecido al autógrafo de los Appunti de 1939, que Don De Luca no conocía y del que habla sin embargo Don Giuseppe Zambarbieri.

Don Giuseppe Zambarbieri, ([4]) que fue secretario personal de Don Orione y después superior general desde 1963 a 1975, escribe: “Estas páginas de Don Orione donde el Siervo de Dios había dejado algunos pensamientos tal vez después de horas de oración, habían quedado por largo tiempo, desde la primavera del 39, en su mesa de trabajo en la Casa Madre de Tortona. Recogidas por quien tenía el encargo de reordenar las cartas del venerable fundador [es decir, él mismo] fueron después dadas al arcipreste de Borzonasca, Don Ángel Zambarbieri, que las custodió celosamente, inspirado por esas enseñanzas en su servicio parroquial y episcopal. Vienen ahora a ser reproducidos por primera vez, los originales autógrafos, (con el texto frontal para facilitar la lectura) y presentados en el centenario de su nacimiento, como un «mensaje» de Don Orione a los sacerdotes de hoy y de siempre”. ([5])

Resulta evidente que Don Giuseppe Zambarbieri dio al hermano Don Angelo sólo la segunda parte de los folios sin la primera de ¡Almas, almas!, o porque no creyó oportuno dársela, siendo esta parte muy preciosa, o más probablemente, porque no la tenía y estaba en manos de algún otro. Por esta razón pudo ser dejado para que lo viera el “escrito sobre las cuatro caras” a Don De Luca, en 1943, por “un amigo que quiere permanecer en el anonimato”.

Esas páginas siguieron separadas. Se las encontró juntas en el Archivo Don Orione, cuando Don Giuseppe Zambarbieri, habiendo muerto Ángel, su hermano obispo, el 15 de agosto de 1970, quiso recuperar aquel precioso folio o al menos lo hizo fotografiar para ponerlo a disposición de todos. Una ocasión para conocerlo dignamente se presentó en 1972, año centenario del nacimiento de Don Orione. Aquel año, Don Zambarbieri difundió un fascículo editado de 16 páginas, con el título “Servir en los hombres al Hijo del Hombre” publicando los autógrafos de las páginas llamadas Appunti del 1939, con la colocación en el archivo 57, 104 b-d. ([6]) En el fascículo aparece el texto del autógrafo en una página y en la página de al lado la transcripción dactilográfica. ([7])

Surge la pregunta lógica de por qué no publicó también las páginas del ¡Almas, Almas! (57, 103-104). ¿No las tenía?, ¿No las encontró?

Don Giuseppe Zambarbieri estaba encantado con los Appunti de 1939 de Don Orione que definió como “de rara belleza”. En aquel mismo año 1972, además de publicar aquellos autógrafos, pidió a Fray Filiberto Guala ([8]) un comentario a los famosos Appunti de 1939 para un cuaderno de los Messaggi de Don Orione, el n.10, escribiéndole: “El texto fue recogido por mí en la primavera de 1939. Don Orione había sacado fuera tal vez los frutos de una meditación, y las hojas habían quedado sobre su escritorio por tiempo. Visto que no le servían y que no los usaba, se los había dado como recuerdo a mi hermano Don Ángel, sabiendo que le hubiese gustado tenerlos y que los custodiaría celosamente”. ([9])

Más tarde, en 1974, Don Giuseppe Zambarbieri pidió también a fray Pío Dante Mogni ([10]) el comentario a una sola de las páginas de los Appunti del 1939, la primera, que dice “Abramos a mucha gente… hasta todo viva y llena de Cristo. Don Mogni hizo de ella una exégesis de gran agudeza y comprensión espiritual. ([11])

De la pequeña investigación sobre la historia de este texto que aquí publicamos, parece oportuno concluir que estamos frente a dos unidades de texto claramente distintas, también físicamente, y unidas por el contenido y la colocación en el Archivo. La primera ¡Almas, almas!, volumen 57, 103-104, “de cuatro páginas”, en 1943 fue vista y descrita por Don Giuseppe De Luca y fue conservada y catalogada en el Archivo. La segunda unidad de texto – Appunti del 1939, volumen 57, 104 b-c – fue recogida de la mesa de Don Orione y dada el original a por Don Giuseppe Zambarbieri a Don Ángel, su hermano obispo; fue publicada y comentada por Don Mogni en 1972; de ella se conserva hasta ahora sólo la fotocopia.

Parece cierto que De Luca no tuvo a la vista la segunda parte y Don Zambarbieri no tenía la primera parte, porque ambos sin duda hubiesen publicado el texto completo.

Frente a un texto tan bello e importante, surge espontánea la consideración de que mientras la devoción indiscreta privatizó los dos textos durante un cierto tiempo, fue después la responsabilidad hacia Don Orione la que nos los hizo accesible a todos.

Y ahora leamos el texto completo.

 

I.  Scritti di Don Orione, volumen 57, 103-104

¡Almas! ¡Almas!  ([12])
No saber ver ni amar en el mundo más que las almas de nuestros hermanos.
Almas de pequeños,
almas de pobres,
almas de pecadores,
almas de justos,
almas de extraviados,
almas de penitentes,
almas de rebeldes a la voluntad de Dios,
almas de rebeldes a la S. Iglesia de Cristo,
almas de hijos degenerados,
almas de sacerdotes malvados y pérfidos,
almas sometidas al dolor,
almas blancas como palomas,
almas simples, puras, angélicas de vírgenes,
almas caídas en las tinieblas de la sensualidad
y en la baja bestialidad de la carne,
almas orgullosas en el mal,
almas ávidas de poder y de oro,
almas llenas de sí, que sólo se ven ellas, almas descarriadas que buscan un camino,
almas dolientes que buscan un refugio o una palabra piadosa,
almas gritando en la desesperación de la condena
o almas embriagadas por las cicatrices de la verdad vivida:
todas son amadas por Cristo,
por todas Cristo murió,
a todas Cristo quiere salvar
entre sus brazos y sobre su Corazón traspasado. ([13])
Nuestra vida y toda la Congregación deben ser un cántico y juntos un holocausto de fraternidad universal en Cristo.
Ver y sentir a Cristo en el hombre.
Debemos tener en nosotros la música profundísima y altísima de la caridad.
Para nosotros el punto central del universo es la Iglesia de Cristo, y la pieza central del drama cristiano, el alma.
Yo sólo siento una infinita y divina sinfonía de espíritus, palpitantes en torno a la Cruz. Y la Cruz destila para nosotros, gota a gota a través de los siglos, la sangre divina esparcida para cada alma humana.
Desde la Cruz Cristo grita: ¡Sitio! Terrible grito de un ardor que no es de la carne, sino un grito de sed de almas, y es por esta sed de nuestras almas por las que Cristo muere.
Yo sólo veo un cielo, un cielo verdaderamente divino, porque es el cielo de la Salvación y de la paz verdadera: Yo sólo veo un reino de Dios, el reino de la caridad y del perdón, donde toda la multitud de la gente es heredad de Cristo y del Reino de Cristo.
La perfecta alegría no puede estar más que en la perfecta entrega de sí a Dios y a los hombres, a todos los nombres, a los más míseros como a los más deformes física y moralmente, a los más alejados, a los más culpables, a los más adversos.
Ponme oh Señor, sobre la boca del infierno para que yo, por tu misericordia, lo cierre. Que mi secreto martirio para la salvación de las almas, de todas las almas, sea mi paraíso y mi suprema beatitud.
Amor de las almas, ¡Almas, almas! Escribiré mi vida con lágrimas y sangre.

(25/2 939) ([14])

Que la injusticia de los hombres no debilite nuestra plena confianza en la bondad de Dios.
Estoy alimentado y guiado por el soplo de una esperanza inmortal y renovadora.
La caridad nuestra es un dulcísimo y loco amor de Dios y de los hombres que no es terreno.
La caridad de Cristo es tan dulce y tan inefable que el corazón ni siquiera lo puede pensar ni decir, ni el ojo ver, ni la oreja oír.
Palabras siempre encendidas.
Sufrir, callar, rezar, amar, crucificarse y adorar.
Luz y paz en el corazón.
Subiré por mi Calvario como manso cordero.
Apostolado y martirio: martirio y apostolado.
Nuestras almas y nuestras palabras deben ser blancas, castas, casi infantiles, y deben llevar a todos un soplo de fe, de bondad, de un bienestar que eleve al cielo.
Tengamos firme la mirada y el corazón en la divina bondad.
¡Edificar a Cristo, siempre edificar! «Petra autem est Christus».

 

II. Scritti di Don Orione, volumen 57, 104 b-d

Abramos a mucha gente un mundo nuevo y divino, pleguémonos con caritativa dulzura a la comprensión de los pequeños, de los pobres, de los humildes.

Nuestra Italia que ha tenido a los más grandes poetas de Dios y un arte católico altísimo desde Dante a Michelangelo y de Michelangelo a Manzoni.

Son laicos en la poesía italiana los más grandes glorificadores de la Iglesia, desde el Autor del Canto de Hermano Sol al Autor de los Himnos sagrados.

Queramos estar ardientes de fe y de caridad.

Queramos ser santos vivos para los demás y muertos para nosotros.

Cada palabra debe ser un soplo de cielo abierto: todos deben sentir la llama que arde en nuestro corazón y la luz del incendio interior y encontrar a Dios y a Cristo.

Nuestra devoción no debe dejar a nadie frío y aburrido porque debe estar ser de verdad viva y llena de Cristo.

Seguir los pasos de Jesús hasta el Calvario, y después subir con él a la Cruz o a los pies de la Cruz morir de amor con Él y por Él.

Tener sed de martirio.

Servir en los hombres al Hijo del Hombre.

Para conquistar a Dios y aferrar a los otros, es necesario primero, vivir una vida intensa de Dios en nosotros mismos, tener dentro de nosotros una fe dominante, un ideal grande que sea llama que arda en nosotros y resplandezca; renunciar a nosotros mismos para los otros; quemar nuestra vida en un ideal y en un amor sagrado más fuerte.

Nadie que obedezca a dos patrones – a los sentidos y al espíritu – podrá jamás encontrar el secreto de conquistar las almas.

Debemos pronunciar palabras y crear obras que sobrevivan a nosotros.

Mortificarnos en silencio y en secreto.

Sigue tu propia vocación y mantén la fe en tus votos.

Honrémonos de poder hacer los servicios domésticos más humildes.

Debemos ser santos, pero ser santos de tal modo que nuestra santidad no pertenezca sólo al culto de los fieles, ni esté sólo en la Iglesia, sino que trascienda y vierta en la sociedad tanto esplendor de luz, tanta vida de amor de Dios y a los hombres que seamos más que los santos de la Iglesia los santos del pueblo y de la salud social.

Debemos ser una profundísima vena de espiritualidad mística que invada todos los estratos sociales, espíritus contemplativos y activos, «siervos de Cristo y de los pobres».

No se den a la vanidad de las cartas, no se dejen inflar por las cosas del mundo. Comunicarse con los hermanos sólo para edificarlos, comunicarse con los demás sólo para difundir la bondad del Señor.

- servir a Cristo en los pobres
- amar en todo a Cristo
- renovar a Cristo en nosotros y todo restaurarlo en Cristo
- salvar siempre, salvar a todos, salvar a costa de cualquier sacrificio, con pasión redentora y con holocausto redentor.

Almas grandes y corazones grandes y magnánimos.

Fuertes y libres conciencias cristianas que sientan su misión de verdad, de fe, de altas esperanzas, de amor santo de Dios y de los hombres, y que a la luz de una fe grande, verdaderamente grande, propiamente “de aquella” en la Divina Providencia, caminen sin mancha y sin ningún miedo, per ignem et aquam e incluso entre el fango de tanta hipocresía y de tanta perversidad y disolución.

Llevemos con nosotros y bien dentro de nosotros el divino tesoro de esa Caridad que es Dios, y teniendo que caminar entre la gente, sirvamos de corazón a ese celeste silencio que ningún rumor del mundo puede romper y que es la celda inviolada del humilde conocimiento de nosotros mismos, donde el alma habla con los ángeles y con Cristo Señor.

El tiempo pasado ya no lo tenemos: el tiempo que ha de venir no estamos seguros de tenerlo: por tanto sólo este tiempo presente es lo que tenemos y nada más.

En nuestro entorno no faltarán los escándalos y los falsos pudores de los escribas y fariseos, ni las insinuaciones malévolas, ni las calumnias y persecuciones. Pero, oh hijos míos, no tengamos siquiera  el tiempo de “volver la cabeza para mirar al arado”, es tanta la misión de caridad que nos empuja y que nos reclama, es tanto el amor del prójimo que nos arde, es tan ardiente el fuego de Cristo que nos consume.

Nosotros somos los embriagados de la caridad y los locos de la Cruz de Cristo Crucificado.

Amaestrar sobre todo con una vida humilde, santa, llena de Él, a los pequeños y a los pobres y seguir el camino de Dios.

Vivir en una esfera luminosa, embriagados de luz y del amor divino de Cristo y de los pobres y del rocío celestial, como la alondra que se eleva, cantando al sol.

Que nuestra mesa sea como un antiguo ágape cristiano.

¡Almas, almas! Tener un gran corazón y la divina locura de las almas.

 

 


[1] Nacido en Sasso di Catalda (Potenza) el 15 de septiembre de 1898 y muerto en Roma el 19 de marzo de 1962, Don Giuseppe De Luca fue  “un cura romano”, como le gustaba definirse, pero también un fino intelectual relacionado con muchos intelectuales de su tiempo. Fue archivero de la Congregación para las Iglesias Orientales y activo en el movimiento de Acción Católica. Fue un prolífico autor y escritor en prosa; en 1941 fundó la casa editorial "Edizioni di Storia e Letteratura". Protagonista de los sucesos civiles y eclesiásticos de su tiempo, relacionado con personal amistad con el Papa Juan XXIII que dejó el Vaticano para visitarlo en su lecho de muerte.

[2] Este amigo es Don Pietro Stefani que, desde 1943 a 1946, estuvo en el Instituto de la Vía de Sette Sale, a 30 metros de la casa donde vivía Don Giuseppe De Luca, con quien mantenía una amistad con encuentros muy frecuentes, también porque sustituía a Don De Luca en las celebraciones de las Misas en el Hospicio de las “Hermanas de los Pobres”. Él mismo, recordando la amistad con Don De Luca, escribe: “Le regalé un folio de carta con las palabras autógrafas de Don Orione: ¡Almas, almas!  No hizo ningún comentario. Me abrazó conmovido”; ADO L IV, 35.3. Evidentemente, el autógrafo original quedó o retornó al Archivo Don Orione.

[3] El texto de Giuseppe De Luca fue publicado con el título Una página reveladora  en “Nuova Antologia” del 1° de marzo de 1943, p. 13-15; el mismo comentario está publicado en el título Una página reveladora de Don Orione en el Boletín “La Piccola Opera della Divina Provvidenza” de mayo de 1943; fue posteriormente recogido en la antología Scritti a petición, Morcelliana, Brescia, p. 253-257; entró también en el volumen Don Giuseppe De Luca. Elogio de Don Orione con otros escritos y comentarios sobre él. Introducción de Giovanni Marchi con Presentación y Apéndices de Loris Capovilla, Edizioni di Storia e Letteratura, Roma, 1999, p.93-97.

[4] Giuseppe Zambarbieri nació en Pecorara (Piacenza) el 26 de noviembre de 1914 y murió en Roma el 15 de enero de 1988. Conoció y siguió a Don Orione siendo aún estudiante; estuvo muy cercano a él con tareas de secretario desde 1938 hasta su muerte. Se ordenó primero sacerdote en 1941, y después religioso, en 1943. Fue director en Novi Ligure y después del Pequeño Cottolengo de Milán. En 1958 fue elegido vicario general de la Congregación y, sucesivamente, Superior General desde 1963 a 1975. Tuvo dos hermanos sacerdotes: Ángel después Obispo de Guastalla (+ 1970), y Alberto orionista (+ 1985). Véase la biografía de Ignazio Terzi, Don Giuseppe Zambarbieri. Una integración carismática de Don Orione, Barbati Orione, Seregno, 1993.

[5] Presentación del fascículo “Servir en el hombre al Hijo del Hombre”, fechado el 13 de abril de 1972, por la editora de la Escuela Tipográfica San José de Tortona, de 16 páginas.

[6] La compilación de los volúmenes de los Escritos de Don Orione, hasta el Volumen 64, se remonta a finales de los años 50. Evidentemente estos otros folios de los “Appunti de 1939”, dados a conocer por Don Zambarbieri en 1972, fueron añadidos posteriormente y, para dar continuidad a aquellos denominados “¡Almas, almas!”, se les puso seguidamente las páginas 104 b, c, d.

[7] Es de notar que en el fascículo impreso el texto aparece nítido y pulido, mientras la fotocopia presente en el Archivo es más bien áspera y se trasparentan las sombras del texto escrito por la otra cara del folio.

[8] Filiberto Guala nació en Montanaro (Turín), el 18 de diciembre de 1907 y murió en la Trapa de las Frattocchie (Roma), el 24 de diciembre de 2000. Fue un personaje muy conocido en Italia. Llevó una vida de activista católico, de manager de alto nivel en la administración pública italiana: fue presidente de INA-Casa, primer administrador delegado de la moderna RAI; organizó y organizó muchas iniciativas para la reconstrucción de Italia después de la II Guerra Mundial. En 1960, dejó todo y se hizo monje trapense. Conoció y frecuentó a Don Orione en los años 1938-1940 recibiendo de él una huella retenida como profunda e indeleble. Puede verse su perfil biográfico en AA. VV., Filiberto Guala l’imprenditore di Dio. Testimonios y documentos, Piemme, Casale Monferrato, 2001.

[9] Texto publicado en la p.11 de Sete di anime. Un texto de Don Orione comentado por Fray Filiberto Guala, “Messaggi di Don Orione” n.10, 1972, p. 11.

[10] Pío Dante Mogni nació en Sarezzano (Alessandria) el 18 de abril de 1907; creció en la escuela de Don Orione, fue religioso ejemplar y docto. Entró posteriormente en la Orden de los Trapenses; murió el 4 de febrero de 1975 en el monasterio de las Tre Fontane de Roma.

[11] Servir en los hombres al Hijo del Hombre. La comprensión de los pequeños, de los pobres, de los humildes, “Messaggi di Don Orione” n.21, 1974.

[12] Está escrito sobre el margen izquierdo del folio, casi como para dar un título a lo escrito.

[13] Los titulares son de redacción y no del texto autógrafo.

[14] Esta fecha está escrita así por Don Orione mismo.

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