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Messaggi Don Orione
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Carta Circular del 1.12.2015.

LA VIDA DE COMUNIDAD, TERMÓMETRO DE LA VIDA RELIGIOSA.

BUSCANDO BUENA SALUD.

 

P. Flavio Peloso

 

Madrid, Cristo Rey. 1 de diciembre de 2015

Sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos,
de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica
que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad,

en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. (Evangelii Gaudium 87)

La vida comunitaria es el aspecto central e identificante de nuestra vida de consagrados en cuanto religiosos, tanto que podemos afirmar perentoriamente que "sin vida comunitaria no hay vida religiosa."[1]  El art. 52 de las Constituciones nos recuerda que "Vivimos nuestra consagración a Dios como vinculo que nos une al mismo tiempo a una comunidad fraterna."

Don Orione expresó esta misma convicción con una eficaz imagen: "¿Como sabréis, vosotros, si sois fieles a vuestra vocación? Si una persona quiere medirse la temperatura, la fiebre, se pone el termómetro. Deberá existir algún termómetro para sabernos medir, si somos fieles a la santa Regla, a la santa vocación. El termómetro existe: es la vida de comunidad." (Parola, 12.4.1918)
¿Indica este termómetro del estado de salud de nuestra vocación una ligera fiebre de resfriado, o bien una fuerte gripe debida al clima de la actual estación cultural y social o bien se trata de una fiebre que señala un malestar más profundo o un deterioro del organismo?

Varios problemas tocan la vida de las comunidades.

Problemas estructurales: comunidades demasiado exiguas, fraccionamiento en residencias de dos religiosos o también uno solo, dispersión de lugar y tiempo en las instituciones y actividad, etcétera

Factores personales: individualismo psicológico, dificultad en las relaciones personales, gestión individualista del apostolado, las actividades externas mortifican las relaciones fraternas, etcétera

Motivaciones espirituales: disminución de la relación con Dios con consiguiente desvalorización de las relaciones fraternas, visión utilitarista del vivir común, crisis de caritas místico y apostólica, etcétera. Son dificultades comunes en las comunidades.

Tenemos que poner buena voluntad y hacer opciones estructurales y personales para hacer crecer la comunidad que nos hace crecer.

Un cuadro de los modelos de comunidad.

 

                EL MODELO APOSTÓLICO

            Como modelo de la comunidad religiosa, definido “la forma de la vida apostólica”, debe ser considerada la comunidad apostólica, como se presenta en sus rasgos esenciales en Marco 3, 13-16. “Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.”
               Este texto nos recuerda los tres rasgos esenciales que configuran, interiormente y  exteriormente, la vida religiosa: la llamada personal, la vida de comunidad y la misión apostólica. Las formas de realización pueden ser múltiples, según los tiempos y los carismas particulares, pero tiene que existir siempre la vital integración y el equilibrio entre "amor de Dios", "vida de familia" y "pasión apostólica".

            “Congregavit nos en unum Christi amor" nos recuerda el documento "Vida fraterna en comunidad."
          La comunidad religiosa es fruto de vocación y relación con Dios: si se reduce la relación con Dios se quiebra el "vinculum fraternitatis"[2], porque nuestras comunidades han "no nacido de la voluntad de la carne o la sangre, ni de simpatías personales o de motivos humanos sino ‘de Dios ', (Jn 1,13) de una divina vocación y de una divina atracción" y para una misión común.

            "Si nuestros religiosos tuvieran corazón de hijos amantes Dios - hacía observar  Don Orione -, todo iría de maravilla. Pero si los religiosos no tienen espíritu de piedad - cuando también fuera de casa su nombre corra sobre los labios de todos y todos admiren la habilidad, el ingenio y hasta el celo apostólico - aquellos de casa, que los tienen siempre bajo los ojos, que comen juntos el pan, que tienen derecho de tener en los religiosos como ángeles de la guarda, no están para nada contentos con ellos. ¡Mirabilia fuera: miserabilia en casa"! (Parola III, 33s).

 

            COMUNIDAD DE LA OBSERVANCIA (la Regla al centro)

            Antes del Concilio Vaticano II, el modelo de comunidad religiosa de vida activa fue prácticamente único, bien determinado en el Código de Derecho Canónico que constituyó el contenido de gran parte de las Constituciones de muchas congregaciones religiosas. Este modelo sólido, actuado más o menos bien, respondía a un contexto social y eclesial bastante homogéneo y estable. Introducía a un "estado de perfección" porque aquella forma de vida era considerada la más perfecta para llegar a la santidad. Cuanto más los religiosos observaban las normas, mucho más avanzaban en el camino perfección y la comunidad crecía y mejoraba. La observancia de las normas y la disciplina religiosa fue el criterio seguro de todo buen religioso.

            Este modelo de comunidad ha funcionado mucho tiempo, por unos tres siglos, ha producido santos, ha desarrollado evangelización y caridad.

            Sabemos todos que, en las últimas décadas, este modelo de la observancia ha entrado progresivamente en crisis, con motivo de los cambios teológicos, estructurales y socioculturales ocurridos en la vida religiosa.

Ya no bastaba con sólo "observar." Muchos religiosos, formados y experimentados en el modelo de la observancia, se han encontrado en grave crisis sin la estabilidad tranquilizadora de reglas y normas detalladas. Más bien, las nuevas interpretaciones, a veces, presentaban llamativas lagunas y también infidelidad. Han existido muchas crisis entre los "ancianos", confusos frente a lo nuevo y de muchos "jóvenes" frente a la conservación de lo antiguo demasiado rígida y frente a la confusiòn de lo nuevo.

 

              COMUNIDAD DE SOLISTAS (o de autorrealización – la persona al centro)

            Es uno de los modelos de comunidad que se encuentra hoy más a menudo, en reacción a las comunidades de observancia, en las que los aspectos personales eran sacrificados a las exigencias de la uniformidad.

            "La persona al centro" es un criterio importante y debía ser recuperado, pero, demasiado enfatizado, engendra comunidades de solistas (y muy a menudo de solos). Este modelo de comunidad se estructura al servicio del autorrealización personal de cada uno de los religiosos. El criterio comunitario es el siguiente: la comunidad tiene que procurar / permitir a cada individuo de satisfacer las propias exigencias. Se corre el riesgo de poner demasiado autárquicamente el acento sobre el individuo.

            Cuando el criterio del autorrealización es absolutizado, se encamina hacia la pérdida de la relación con Dios y de la pertenencia a la comunidad. Las relaciones interpersonales se basan cada vez más sobre la exhibición del propio "yo", sobre formas de competitividad/agresividad, de desinterés ("vivir y deja vivir”), con actitudes de defensa a ultranza del propio yo (“yo soy así"). Sucede que algunos religiosos se transforman en intocables, se cierran a todo cambio de destino o tarea, revindican el poder realizar las propias opciones personales, son incapaces de adaptarse el uno con el otro, hacen la convivencia cada vez más imposible. Se multiplican los recursos al Provincial para ser cambiados o para hacer cambiar a otros Hermanos de comunidad.
También la misión es vivida en vista de las propias necesidades individuales, se convierte a veces en exhibicionista, posesiva, egocéntrica, inmadura, y al final inútil apostólicamente. Uno piensa en el propio reino en lugar del Reino de Dios.
¿Y el superior en estas comunidades? En las comunidades de solistas, el superior pierde prácticamente su papel de animador de diálogo, de discernimiento, de decisión, de comunión. Es un coordinador...

            La comunidad de autorrealización, o de solistas, de hecho desemboca en la disolución de la comunidad.

            Nuestras Constituciones encomiendan el equilibrio entre persona y comunidad: "La comunidad tiene que redescubrir a la persona con sus dones y sus funciones, si quiere convertirse en comunión; y la persona necesita dejarse implicar en la comunidad para realizarse a sí misma. Cada uno, sintiéndose miembro vivo de la Congregación, se reconoce corresponsable de la suertes de ella y contribuye a su incremento" (Art. 53).

 

               COMUNIDAD EMPRESA (el servicio al centro)

            "El servicio antes que nada” es el baricentro de la comunidad empresa. Es un modelo de comunidad, casi nunca programado e intencional, pero en el que se han instalado no pocas comunidades de congregaciones de vida activa que administran obras y actividades apostólicas de importancia. Tales comunidades son sometidas al ritmo de la actividad, a la eficacia productiva, al prestigio de la obra.

            En los religiosos, la preocupación por los aspectos gestionales y profesionales prevalecen sobre los espirituales y apostólicos. Le dedican a Dios a los hermanos (y  Hermanos) sólo los "desperdicios" del tiempo, justificados también del hecho que trabajan por Dios y para los hermanos. La relación absorbente con la obra y con las actividades paroquiales relativiza la relación con Dios y las relaciones fraternas entre religiosos. En estas comunidades, el superior es estimamado si es un buen empresario y administrador.
          Con el pasar del tiempo, los religiosos que trabajan en tales comunidades terminan por sentirse simples funcionarios, orgullhosos o quizás inadecuados, y entran en crisis vocacional: “¿había necesidad de que me hiciera religioso o cura para hacer lo que hago?” En el pasaje de un papel de operadores a un papel de pastores de las obras algunos religiosos entran en crisis: "sin mi trabajo, yo no soy nada."

            Por nosotros orioninos, el riesgo de un activismo no siempre apostólico es aún más es fuerte con motivo de nuestra tradición gloriosa de laboriosidad. Don Orione intervino en un director de comunidad. "No puedo esconderte toda la pena que he sufrido y que sufro en comprobar dolorosamente que esa pobre Casa siempre es como un mar en tempestad, y en sentir que no hay entre vosotros aquella unión y caridad fraterna de Jesucristo, que es el más dulce vínculo de la verdadera vida según el espíritu de Jesucristo y la verdadera perfección religiosa. Es verdad que tú me das buenas noticias de los productos de legumbres, de arroz: me hablas de canales de agua y de terrenos etc., pero, ¿qué me importa, hijo mío, todo esto si entre vosotros no hay  unión y caridad, y uno se va por una parte y otro por otra?” (Lettere I, 129-136)

            El termómetro de la vida comunitaria – recordemos - indica si hay fiebre de activismo egocéntrico y no apostólico.

 

            COMUNIDAD INVERNADERO (la comunidad al centro)

            También este modelo de comunidad es marcado por un valor fundamental de la vida religiosa: "La comunidad antes de todo." Es la respuesta (no equilibrada) al redescubrimiento del valor y la necesidad de la comunidad.

            Las comunidades invernadero son hiperprotectoras; organizan "su" vida, oraciones, trabajo, actividad en función de ellos mismos. Fuera de los "horarios de servicio" no aceptan invasiones o molestias de su quietud. El superior se convierte en el águila (o la gallina clueca) que vuela sobre sus pichones y protege el nido.
           Estas comunidades religiosas tienden a olvidar que son "comunidad" para la misión, reunidas y enviadas al mundo. La exigencia de una exagerada intimidad comunitaria puede llegar hasta el punto de llevar al aislamiento del mundo, al aburguesamiento de la vida privada. Estas comunidades son más frecuentes entre las religiosas, pero no son también pocas entre las congregaciones masculinas.

            Mejor no hablar de comunidad, si no podemos substituir la palabra comunidad con nosotros.
           Pero no basta pasar del Yo al Nosotros; hace falta llegar al Nosotros apostólico. Don Orione decía: "La Congregación y cada uno de nosotros no tiene que vivir para si mismo, sino para la caridad y para la Iglesia. Nosotros no vivimos sino para la Caridad y para la Iglesia; sólo así se es a verdaderos Hijos de la Divina Providencia."  (Lettere I, 185)

            Don Orione apretó el acelerador de la apostolicidad. "La caridad nos manda que no nos apartarnos en un cómodo bastarnos a nosotros mismos, sino sentir y tener compasión efectiva por los dolores, las necesidades de los otros, de los que no tenemos que separarnos mientras son una sola cosa con nosotros, en Cristo." (Scritti 80, 283).

 

            COMUNIDAD SECULAR (la gente, el afuera de sacristìa al centro)

            “Afuera de sacristia”, las periferias, "compartir la vida de la gente" es el valor determinante de la vida de estas comunidades. La inserción en el mundo (siglo) caracteriza la comunidad secular. Es lo opuesto de la comunidad invernadero.

            Son comunidades que se proponen de vivir totalmente insertas en entornos sociales populares, laicales, de marginación. En estas comunidades, el estilo de vida se hace cada vez más laico en nombre de una completo  comunión y contacto con la gente.

            A este tipo de comunidad se puede asociar una forma particular de comunidad secular. Ocurre a veces que religiosos y comunidades de parroquias sean tan totalmente integradas e identificadas con el modo de vivir y con el estilo y las dinámicas del clero secular. Por el hecho de estar en la parroquia es "suspendida" la práctica de muchas reglas de la vida religiosa: de la dependencia a la caja común, de la vida comunitaria a la colaboración a los programas de congregación. De manera parecida, a veces, también los religiosos de las comunidades de misión toman el camino secular, justificados por el pionerismo y las grandes necesidades de la gente.

            El valor de la inserción/comunión es evidentemente bueno. Pero si estas comunidades pierden los espacios, tiempos e interés por la vida fraterna, por la oración, por la reflexión personal y el diálogo, se quiebra la identidad y la cohesión comunitaria y, con ella, la vida religiosa.

            Don Orione viviò y pidiò la proximidad al pueblo. Pero reaccionó a un estilo "secular" y "individual" de apostolado.
           Una situación en misión. "Querría no se tardara en iniciarle en Devoli (Albania) una verdadera Casa religiosa, aunque sea incluso humilde y pobre... Dejar a los religiosos siempre aislados, uno acá y un allà, no, no es posible. Qué si allí no existiese una fundada esperanza de poder tener, dentro de un período de tiempo no remoto, un refugio donde hacer vida de comunidad y rehacerse en el espíritu, mas vale diría de retirarnos." (Scritti 50, 36)
        En Argentina, Don Orione tuvo que solucionar situaciones concretas. A Zanocchi con respecto a un cofrade: “regrese a las tiendas de la Congregación. En conciencia ya no puedo tolerar que un religioso esté fuera de la comunidad. No puedo admitir excusas ni proteccionismos: todo sois interesados en la vida religiosa." (Scritti 1, 97)

            En muchas paroquias, hoy, está en crisis la modalidad "religiosa" de conducirlas.

 

            COMUNIDAD FAMILIA

            Todos los modelos de comunidad sobre descritos se basan en algún importante valor de base: la persona, la comunidad, la misión, la comunión con la gente, el servicio y otros. Pero entre estos valores, todos pertenecientes a la naturaleza de la vida religiosa, hacen falta encontrar una síntesis vital; la fidelidad creativa a la vocación religiosa se alimenta y se renueva en el equilibrio entre ellos: tradición/novedad, persona/comunidad, autorrealización/oblatividad, acción/contemplación, separación/inserción, evangelización/ servicio, etcétera.

            Como fue dicho al inicio, es el modelo apostólico el que inspira la vida de la comunidad religiosa, en la cual persona, comunidad y misión son integradas al servicio del Reino de Dios. “Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.”, (Mc 3, 13-16).

            Don Orione ha inculcado el modelo familia, con las actitudes humanas, espirituales y prácticas propias de la familia (familia natural, familia de Nazaret...).

            La comunidad religiosa como la familia natural, es donada por Dios: debe ser acogida y experimentada con el mismo sentido de gratitud y carácter sagrado. “Congregavit nos en unum Christi amor": la comunidad es regalo del Espíritu y mutuo regalo entre hermanos.
            Hoy se habla de "sentido de pertenencia."
          ¡Cuántas tristes consecuencias espirituales y psicológicas se tienen en quien vive una actitud de pertenencia a la comunidad "bajo condición" (propia) y no como "don" (gracia de Dios y de los hermanos) estable! En la conciencia del religioso quedaría un sentido de precariedad, de separación afectiva. Sería" siervo y no hijo", para decirlo con Don Orione,"usuario y no miembro".

           Y por esto, resentiría non sólo la comunidad, sino también el propio “yo”, porque no tendría la estabilidad y totalidad de la relación vital yo-nosotros que se da en la comunidad-familia. La falta de una familia lleva a la fragilidad, neurosis, comportamientos compensatorios inmaduros y tristes.

            Don Orione nos ha dejado como el espíritu de familia como nota típica de la Congregación y, gracias a Dios, todavía está vivo. El espíritu de familia ha mitigado en el pasado el riesgo de formalismo en la época de las comunidades de la observancia. Hoy en cambio, en una época de individualismo, tiene que sustentar estructuras de familia, relaciones de familia, dinámicas de familia. De otro modo, nuestro espíritu de familia corre el riesgo de quedar en lo sentimental y abstracto, poco incisivo sobre el bien de las personas y el apostolado.

 

          Y por terminar... PAPA FRANCISCO.

“En toda familia hay problemas y pensar o soñar una comunidad sin hermanos en dificultad no hace bien, porque la realidad nos dice que en todas partes, en toda familia, en todo grupo humano, existen conflictos. Por lo tanto, los conflictos hay que asumirlos.

Se necesita hacer como en la parábola del buen samaritano: ¿hacer como el sacerdote o el abogado que ven el conflicto y pasan de largo, lo ignoran? ¿O hacer como el necio que va al conflicto y permanece en el conflicto? O más bien, asumís el conflicto, hacés lo que podés, lo superás y continuás adelante.

Una vez, un dirigente sindical me contó que a los 22 años pasó por una crisis de alcoholismo, una crisis depresiva que lo llevó al alcoholismo. Vivía sólo, con su madre viuda, muy humilde. Él trabajaba, pero cuando bebía, por la mañana se quedaba dormido y no iba a trabajar a la fábrica. Su madre trabajaba como lavandera. En aquella época no había lavadoras, o eran raras, la ropa se lavaba a mano, en las casas. Me decía que él, cuando por la mañana estaba todavía con la resaca del vino, veía que su mamá se levantaba, pasaba por su habitación antes de salir y lo miraba de un modo… sin decirle nada, y salía. Lo miraba con ternura. Este hombre no logró resistir ante la ternura de su madre y cambió de vida. Lo contó él mismo. Hoy es una persona importante, un dirigente obrero importante.

Se necesita llegar a la ternura, a esta manera de mirar al hermano que es causa de conflicto. Nuestra caridad debe llegar hasta esta dimensión, diría, casi materna de la ternura.

La fraternidad es algo muy delicado, muy delicado.
Recuerdo una frase del himno de la fiesta de San José, el himno del oficio de lecturas, en el texto argentino, que me llegaba muy dentro del corazón. Hablaba de cómo tratar, de cómo San José trataba a su familia, y decía que San José trataba a su familia con
ternura de eucaristía. Es una forma poética: tratar los propios hermanos con ternura de eucaristía, lo humano y lo sagrado están unidos. Es una imagen muy fuerte que nos puede ayudar.

Por lo tanto, no tener miedo al conflicto, enfrentar el conflicto, resolver el conflicto, acompañar el conflicto, acariciar el conflicto…  acompañar”. (Encuentro con los superiores generales,  24.11.2013).

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[1] “Sin ser el todo de la misión de la comunidad religiosa, la vida fraterna es un elemento esencial” (VFC 55; Cfr CIC 665)

[2] “El Apóstol Pablo llama la caridad “vinculum perfectionis”. La caridad es la que nos tiene unidos, es vínculo, la relación, lo que nos sostiene en las fatigas para el apostolado hacia los hermanos más necesitados. Es la caridad, el amor de Dios que nos impulsa a darnos fraternamente la mano para caminar juntos”; Parola I, de 1916.

 

 

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