Questo sito utilizza cookie per le proprie funzionalità e per mostrare servizi in linea con le tue preferenze. Continuando a navigare si considera accettato il loro utilizzo. Per non vedere più questo messaggio clicca sulla X.
Messaggi Don Orione
thumb



De G. DE LUCA, Quelle pagine scaturite da così profondo fuoco in una luce così nuova ("Nuova Antologia", Firenze, 1º de agosto de 1940, pp. 229 ss.; "Nuova Antologia", Firenze, 1º de marzo de 1943, pp. 13 ss.).

 

I.

Son pocos los que han podido asomarse al fuego interior que consumía su alma, un fuego recóndito pero, a la vez, presente como Dios. Se podía entrever algo. Pudiendo, se quedaba levantado por la noche. No siendo en la comunidad, quién sabe dónde y cuándo comía. Algunas noches lo vieron acostado sobre la tarima del altar; otra vez en un comedero de animales; llevado, seguramente, por el amor de quien había nacido en un pesebre.

De su simple conversación se traslucía una vida prodigiosa. En su interior ardía un amor que no le daba tregua ni un solo instante, provocándole a veces el estremecimiento del éxtasis y un estado de soberana libertad propio de quien se dedica totalmente al alma y a Dios.

Nadie podrá narrar sus silencios, sus sueños, sus horas totalmente íntimas, los momentos de soledad pasados en unión con Dios, pero sí esa experiencia de amor que lo hace un hermano de Francisco de Asís, herido interiormente como él y, también como él, trovador siempre alegre, vivaz, enamorado que, como un viento, un fuego, o un aluvión, todo lo arrollaba con su amor. Este pobre italiano, tosco, rudo, simple, ha sido en Italia una de las manifestaciones más claras y luminosas de lo divino. Italia cuenta con muchas personas enamoradas de Dios, personas fuertes en medio de grandes sufrimientos, amantes hasta la locura, castas, serenas en medio de las tempestades, creativas y hasta poetas: Don Luis Orione era una de ellas.

***

De él quisiéramos saber más. Esperamos que sus religiosos no tarden en ofrecernos los elementos necesarios para conocerlo y apreciarlo. Ya se están publicando algunas de sus cartas que, aunque escritas currenti calamo, con una redacción algo desordenada, improvisada y apurada, reflejo de su alma generosa, contienen sin embargo algunos fragmentos que pueden ayudarnos a comprenderlo.

Ante todo, nos lo muestran siempre en un estado de euforia espiritual. No razona ni expone en forma ordenada. Se diría que no se expresa sino que se vuelca. Pero al prodigarse reserva algo para sí, lo mejor. Se presenta siempre como el padre que habla con sus hijos, sobre su casa. Aún cuando pareciera estar diciendo algo de sí mismo, en realidad está pensando en los hijos y en la casa. Lo recóndito del corazón de Don Orione no lo conoceremos hasta que se tengan sus notas íntimas y personales, si es que existen. Además de las preocupaciones propias de un padre, las cartas reflejan también el ansia por el cúmulo de trabajo que realizaba.

Una vez escribió: "Queridos míos, siempre que les escribo les hago un sermón (los sacerdotes tienen que predicar siempre, poco o mucho, y de todas formas); ¿comienzo ya o espero hasta el final? Es mejor ahora, verdad?".

Sabía ser irónico, a veces en forma sutil: ¿cuánta literatura de los sacerdotes no son sermones? Pero, ¿qué tiene de malo? ¿qué otra cosa podría hacer un sacerdote sino predicar? Lo mejor es que aceptemos nuestro destino, y prediquemos. Con frecuencia, si no siempre, escribía sus pensamientos entre un trabajo y otro, entre un viaje y otro; pero, aunque escritos a la rápida, no eran cosas circunstanciales sino que brotaban de lo más profundo.

Tiene expresiones, y hasta páginas enteras, sobre la caridad; en labios de un hombre que ha vivido totalmente para la caridad, adquieren un tono altísimo, una sinceridad incomparable, y lo colocan en el mismo plano que aquellos hombres que él nombra siempre como sus maestros: Don Bosco y Cottolengo.

Sobre el evangelio escribe con amor y con una fuerza ingenua.

Habla de la Iglesia, del Papa, de los obispos, con el vigor de una consagración propio de la literatura piadosa de aquellos años, pero no frecuente en la vida cotidiana. A diferencia de los que disentían de Roma o de los que mostraban su consentimiento con argumentaciones falaces, habló siempre en términos tan claros y categóricos sobre el Papado y sobre los varios Papas que conoció que no sería posible contarlo entre aquellos acérrimos opositores que sostenían que la devoción al Papa cultivada el siglo pasado no era sino una desviación y una distorsión del auténtico sentimiento cristiano. Don Orione vio con claridad y afirmó con toda el alma que en el mundo contemporáneo estar con el Papa era la forma más rápida y eficaz de estar con Cristo.

Sobre el mundo y su historia nunca perdió la esperanza.
"Hermanos, los pueblos están cansados, desilusionados. Sienten que la vida sin Dios es vana, totalmente vacía. ¿Estamos en vísperas de un gran renacimiento cristiano? Cristo tiene piedad de las multitudes. Cristo quiere resucitar. Quiere volver a ocupar su lugar. Cristo avanza. El porvenir es de Cristo. Si por el pedestal se pueden deducir las dimensiones de un monumento, ¿qué representan veinte siglos para aquél que ha tenido al menos sesenta de preparación? Cristo ha resucitado. No, no es un fantasma; es El, el Maestro; es Jesús que camina sobre las aguas fangosas de este mundo tan turbulento y tempestuoso. El porvenir es de Cristo."
En otras palabras, Don Orione nunca ha dudado de que el mundo es todavía joven. Para él el fin del mundo no era algo inminente. No es que excluyera el sufrimiento, sino que lo consideraba el camino que lleva a la felicidad eterna y al cumplimiento terrenal de los mejores destinos humanos.

"Les prevengo que todavía no hemos comenzado a sufrir."
"Si vinieran tribulaciones y persecuciones, bendigamos al Señor."
"Quizás puede parecer que Cristo esté muerto, pero es un Muerto que siempre, tarde o temprano, resucita."

Su corazón se dilataba cuando hablaba de Italia, en particular, y de su juventud.
Escribía desde Buenos Aires: "Hermanos míos muy queridos y amados, me parece escuchar las campanas de mi patria lejana que suenan a gloria por las ciudades y pueblos: su himno evoca en mí los más santos recuerdos: ellas cantan la resurrección de Cristo y me hacen llorar de fe, de alegría, de amor a Dios, de amor a ustedes, de amor a nuestra Italia".

Ordenó que en todas las casas de su Congregación hubiera una Biblia, la Suma de Santo Tomás, la Imitación de Cristo y el Dante. A los jóvenes alumnos escribía: "Defiendan con valor el bien y la educación católica recibidos. Difundan el espíritu de bondad: perdonen siempre: amen a todos; sean humildes, trabajadores, francos y leales en todo: el mundo tiene suma necesidad de fe, de virtud, de honestidad".

Pero las palabras mejores las reserva para los pobres; mientras que las más duras las usa para sí mismo. Los pobres son sus "patrones predilectos", nuestros patrones. Decía así, pero en realidad eran su corazón.

"En la puerta del Pequeño Cottolengo Argentino, a los que entren no se les preguntará cómo se llaman, sino solamente si tienen algún sufrimiento."

El mismo fue pobre. "Pobre sacerdote", como se califica una vez. Otra vez se dice un changador de Cristo. Estropajo, era una expresión que solía aplicarse a sí mismo y a los suyos.

De su vida escribe con una humildad y una dignidad que hace recordar a San Pablo: "Sostenido por la gracia del Señor, he evangelizado a los pequeños, a los humildes, al pueblo, al pueblo pobre al que han envenenado con teorías perversas y arrebatado a Dios y a la Iglesia; en el nombre de la Divina Providencia he abierto los brazos y el corazón a sanos y enfermos, de toda edad, de toda religión, de toda nacionalidad: a todos habría querido dar, junto con el pan corporal, el divino bálsamo de la Fe, pero especialmente a nuestros hermanos que más sufren y están más abandonados. Tantas veces he sentido a Jesucristo cerca de mí, tantas veces me pareció ver a Jesús en los más desdichados y los que están más abandonados".

Pero esto no le bastaba, y rezaba a la Virgen: "Vivir, palpitar, morir a los pies de la Cruz con Cristo. Beatísima Madre, haz que tus pequeños hijos, los hijos de la Divina Providencia, tengan amor; dales amor, ese amor que no es tierra sino fuego de caridad y locura de la Cruz. Danos, María, un alma grande, un corazón grande y magnánimo que llegue a todos los dolores y a todas las lágrimas. Haz que seamos verdaderamente como nos quieres tú: los padres de los pobres! Que toda nuestra vida esté consagrada a dar a Cristo al pueblo, y el pueblo a la Iglesia de Cristo; que arda y resplandezca de Cristo: y en Cristo se consuma, en una luminosa evangelización de los pobres: que nuestra vida y nuestra muerte sean un cántico dulcísimo de caridad, y un holocausto al Señor".

Este hombre, tan posesionado de su amor y de su obra, tenía también él un pobre corazón humano. De sus cartas surge con frecuencia como el lamento, el deseo, la dulzura de los afectos humanos.

Ha amado a sus jóvenes, a sus pobres, a sus sacerdotes, con una ternura fraterna, materna. Muchas veces se encendía su fantasía, y después de haber escrito este párrafo formidable: "Amar a las almas, querer salvar a todas las almas, ayudar a Cristo a salvar, a salvar y santificar nuestras almas y las almas de nuestros hermanos, con total abnegación de nosotros mismos, total negación de nosotros mismos, total sacrificio; con total sacrificio de nosotros mismos, como hostias puras de Jesús, como corderos de Jesús, en pos de Jesús y todo por Jesús". Sentía el cansancio, la fatiga, su condición de hombre mortal, y añadía: "Animo! prosigan así, mis queridos hijos : así se llega al santo Paraíso. Animo y adelante, que el mañana nos deparará a mí y a ustedes el santo Paraíso. ¿Qué es la vida? Vapor est: mañana estaremos con Jesús. Ah! querido y santo Paraíso!" Al final Don Orione estaba y se veía cansado, casi terminado. De todas partes se le pedía y ordenaba que descansara. Pocos meses antes de la muerte, un ataque más grave lo dejó en tal estado que ya no pudo resistir a esas peticiones y órdenes. Aceptó ir a descansar a San Remo, donde murió.

 

II.

Hablando de Don Orione en ocasión de su muerte se dijo que nunca se podría llegar a hablar adecuadamente de él mientras no se dispusiera de algún documento de su vida interior y se revelara algún secreto de su alma menos conocida. Aquí también lo hemos dicho (1º de agosto de 1940). Sus palabras, al igual que sus obras, estaban a la luz del día y eran para los demás. Pero seguramente habrá habido otras palabras pronunciadas bajo otra luz (ninguno habla en la oscuridad), destinadas no a nosotros ni a la historia, sino reservadas al propio espacio interior que supera toda dimensión geométrica. Si hay alguien que no calla cuando hace silencio, ése es el santo. Por otra parte, los santos que han dirigido a Cristo las palabras más encendidas no han sido, como podría pensarse, los contemplativos sino, y sobre todo, los activos. Santa Catalina de Siena, inquieta y trotamundos; Santa Teresa de Avila, reformadora y fundadora de tantas casas; San Francisco Javier, que escapa de Europa en pleno siglo XVI, toca el Japón y muere solitario en una isla de aquellos mares lejanos... Santos que cuando hablaban con Cristo debían haberlo hecho con palabras llenas de luz y de fuego puro. El que calla, aún frente a Dios, es el contemplativo. El contemplativo ve, y viendo se sacia y reposa, o simplemente palpita.

Es muy raro que queden entre los hombres huellas de esas palabras secretas. Muy raro, pero no imposible. Y casi siempre de forma casual. No no nos sorprende que de Pascal nos hayan llegado sus páginas matemáticas, las jansenistas y las apologéticas. Pero llama mucho la atención que nos haya quedado la revelación del fuego interior que lo iluminó en la noche misteriosa. Don Orione no era un gran escritor; o mejor dicho, no era un escritor, ni por vocación ni por elección, sino que escribía por necesidad como el común de la gente. Ello no obstante (como ya hemos insinuado), algunas de sus palabras eran de tal importancia y brotaban de un fuego tan profundo en una luz tan nueva que permanecerán más que muchas docenas de centenares de volúmenes de nuestro tiempo.

Gracias a un amigo, que ha preferido permanecer en el anonimato, tenemos cuatro páginas llenas, escritas en forma desordenada, con muchos puntos y aparte, equivocaciones evidentes, partes borradas y anotaciones añadidas entre líneas. Cuál fuera la intención de Don Orione yo no lo sé ni tampoco el amigo, o al menos no me lo ha dicho.
No parece ser parte de un sermón. Además, la fecha puesta entre paréntesis hace pensar en una anotación personal. Tampoco parece ser un escrito destinado a otros, porque nunca hubiera hecho tantas confidencias sobre sí mismo. Nosotros pensamos que esas cuatro páginas son el fruto de un momento de oración, el intento de conservar en el papel un recuerdo de afectos, un paso de luz, la señal de momentos intensos vividos en el silencio y que se fueron apagando lentamente, como el sol que se va poniendo entre los árboles al caer la tarde.
No digo un simple lector, pero sí que un experto de textos espirituales y místicos no podría permanecer indiferente ante algunas de esas frases incandescentes en las que en ciertos momentos desaparecen las mayúsculas en los puntos y aparte, y todo tipo de puntuación; y han quedado en el papel en forma desordenada, como un flujo de sangre proveniente de una herida imprevista, transformándose en estrofas poéticas. Es un texto que da testimonio de un alma absolutamente cristiana.

Las últimas dos páginas reflejan una escritura más apresurada y desordenada; pero son las más directas y las más ricas de revelación interior. La fecha, puesta con la intención de escribir su vida con lágrimas y sangre (es decir, tejerla, hacerla, vivirla: para esto "escribía") indica claramente que se trata de los últimos años de Don Orione.

Lascia un commento
Code Image - Please contact webmaster if you have problems seeing this image code  Refresh Ricarica immagine

Salva il commento